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sergio20

Claude Levi-Strauss acaba de cumplir 100 años. Nacido en Bruselas en 1908, Levi-Strauss es uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, padre del estructuralismo y una figura indispensable para entender la antropología y la filosofía contemporáneas. Sus viajes por recónditas regiones del continente americano le han permitido adquirir de primera mano datos y experiencias sobre la vida de culturas que, pese a las aparentes divergencias, han constituido una nueva herramienta de comprensión de nuestra propia civilización.

El estructuralismo parte de la consideración de que los productos culturales no son el resultado de acciones conscientes de individuos o colectividades, sino que los productos culturales persisten en individuos y colectividades como estructuras. No se trata de indagar en cómo los individuos piensan los productos culturales, sino en cómo los productos culturales se piensan en los individuos. El empeño de Levi-Strauss ha sido justamente el de poner de manifiesto las estructuras, o más bien infraestructuras, profundas de la civilización, infraestructuras presentes en todas las culturas humanas, independientemente de su grado de desarrollo simbólico y tecnológico y a pesar de revelarse de distinta forma. La ilusión de la subjetividad consciente, que había impregnado la filosofía occidental desde el racionalismo hasta el trascendentalismo kantiano o el idealismo, deja paso a la constatación de que los procesos inconscientes dan lugar a estructuras que a su vez determinan inexorablemente a individuos y colectividades. El sujeto es estructural, el sujeto está inmerso en relaciones estructurales que, a modo de redes, lo configuran decisivamente. El espejismo de la libertad, de la auto-posesión del individuo por sí mismo, cede a la realidad de las estructuras culturales que, objetivas, sustituyen el papel del sujeto.

¿Dónde hay espacio para el humanismo en un planteamiento estructuralista? Conocida es la posición anti-humanista de Levi-Strauss, especialmente en su polémica con Jean Paul Sartre. La primacía de las estructuras, de lo objetivo-impersonal sobre lo subjetivo-personal, impide un discurso humanista. De hecho, en la lección inaugural de su cátedra en el Collége de France, Levi-Strauss expresó su convicción de que la distinción entre naturaleza y cultura terminaría siendo superada por una visión única de lo natural y de lo cultural, por una ciencia verdaderamente capaz de integrar las ciencias naturales y las ciencias humanas. Una esperanza semejante se encuentra ya en los Manuscritos de economía y filosofía de Marx (junto con Freud, una de las influencias principales en Levi-Strauss): “algún día la ciencia natural se incorporará la ciencia del hombre; del mismo modo que la ciencia del hombre se incorporará la ciencia natural; habrá una sola ciencia”, una sola ciencia en la que el hombre será al mismo tiempo objeto y sujeto de la ciencia, dato inmediato y conciencia reflexiva. Los avances en la neurología, en el estudio del comportamiento humano, en la psicología… no son sino indicaciones del encaminamiento del conocimiento humano hacia una mayor integración de los saberes en una visión científica del mundo y del hombre, en una especie de “conciliencia”, en la línea de lo propuesto por el socio-biólogo estadounidense E.O. Wilson en Consilience. The Unity of Knowledge (1998).

Pero en los mismos Manuscritos de economía y filosofía de Marx también leemos: “la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización el mundo de las cosas”. La objetivación del hombre, su cosificación como objeto de estudio de las ciencias y la reducción de sus relaciones a relaciones estructurales y de su subjetividad a rigidez estructural, conlleva un peligro: el peligro de la pérdida del horizonte de humanización. Como escribe Marx en La Sagrada Familia: “si las condiciones forman al hombre, entonces es necesario formar las condiciones humanamente”. La aceptación de un universo de estructuras independiente de la acción humana, que genera una dimensión paralela y real frente a la dimensión ilusoria de un sujeto libre que crea la historia y que se auto-constituye mediante su trabajo y su pensamiento, mediante acción y teoría, ahoga toda esperanza en un futuro nuevo. Estructuras cuasi-arquetípicas se repetirán con independencia del sujeto. Todo intento por subvertir la historia, por cambiar la historia y por alumbrar una nueva historia, estará condenado al fracaso.

La pregunta es inevitable: ¿cómo, si las estructuras determinan inexorablemente la cultura y nuestra comprensión de la cultura, somos capaces de identificar esas estructuras y de ponernos en un espacio de comprensión que nos sitúa por encima de esas estructuras? ¿Cómo es posible que descubramos que las estructuras condicionan irremediablemente al sujeto, si estamos irremediablemente condicionados por las estructuras? Y, sobre todo, ¿dónde está la esperanza en el futuro? ¿Qué le queda al ser humano? ¿Cómo lograr el horizonte de humanización?

Claro está que desde un enfoque netamente estructuralista no hay espacio para la humanización. Los códigos culturas que se reflejan en las estructuras, análogos a las relaciones sintácticas del lenguaje, no permiten alumbrar un proyecto de humanización. Lo humano es incapaz de separarse de la cosa, la cultura de la naturaleza. El rigidismo, el estatismo, el conservadurismo al fin y al cabo de una visión estructuralista de la cultura niega la posibilidad de un proyecto humanista. La humanización, concebida como progresiva conciencia de la libertad humana y de sus posibilidades de emancipación de todo dominio (natural o artificial), será una vana ilusión.

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